miércoles, 13 de agosto de 2008

¿OBISPOS CRISTIANOS?

Algunos tenemos ya el alma canosa. Fuimos niños de posguerra. Con hambre de estómago y hambre de libertad en la sangre. Fuimos creciendo a empujones, abriendo preguntas que siempre tenían una respuesta unívoca: el mundo político exterior, que desconocíamos, estaba equivocado. Sólo nuestro Caudillo tenía razón histórica y nos tocaba desempeñar el glorioso papel de defensores de occidente.

Habían luchado nuestros padres por una patria grande y libre. Y esa lucha era una cruzada. Dios estaba de nuestra parte porque Dios era desde siempre de derechas. Rezábamos por nuestro Jefe Francisco, por nuestro Papa Pío XII y por nuestro Obispo… Y de esta trinidad indisoluble e indiscutible chorreaba el miedo a la cárcel o al infierno. Todo se identificaba. Ofender al dictador y masturbarse eran el mismo pecado. Y ambos merecían similar penitencia. Vivimos muchos años condenados por el régimen y por la Iglesia. Fruto de ese amor concubino hicimos de nuestras vidas un acto de acatamiento.

¿Fueron cristianos aquellos Obispos? ¿Los que bendecían los cañones y acompañaban a los que iban a ser fusilados? ¿Los que mecían el palio e imponían el fajín de Queipo de Llano a la Macarena? ¿Los Cardenales que recibían honores de Capitanes Generales?

En el año de la recuperación de la memoria histórica deberían reflexionar nuestros Obispos. Tienen derecho a la palabra porque la Constitución no se la niega a nadie. Pero no tienen derecho a la repetición de aquellas palabras porque hoy son pura blasfemia.

Condenar la homosexualidad, gritar que la Iglesia está perseguida, convetir en inmoral toda decisión que no cuadre con una visión estática de la historia, anatematizar una visión política contrastándola con unos dogmas, erigirse en maestros de la verdad única sin respetar el esfuerzo de los pueblos por construir su propio destino es seguir tomando el nombre de Dios en vano e instalarse en un complejo de superioridad que tiene más de complejo que de superioridad.

España ha cambiado le pese a quien le pese. Algunos somos testigos de ese cambio y nos sentimos orgullosos. Pero nos duele que alguien se empeñe en meternos por un camino del que nos costó mucho salir. Llevamos cicatrices en el alma, exilios dolorosos, memorias sangrantes. Pero nos moriremos con el gozo de haber creado para nuestros hijos jardines de libertad, derechos con los que soñamos, posibilidades imposibles convertidas en realidad.

Cuando en el año 79 me anunciaron que había tenido un hijo proclamé como primera alegría que había tenido un hijo constitucional. Cuando lo cuento algunos se ríen. Para mí fue algo muy serio.

Y nuestro Obispos deben pensar en la conversión. Necesitamos Helder Camara, Romeros, Casaldáligas. Nos sobran Roucos y Cañizares y Martínez Caminos. Lo rezaba un amigo argentino: “A los Obispos, Señor, ábrele los ojos o ciérraselos. Pero hazlo pronto”

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