miércoles, 13 de agosto de 2008

LA FOTO

Hasta ahora, sí. Pero ya no. Desplegaba el tríptico y aparecía su mujer en el centro. A la izquierda, los hijos. Y a la derecha, no podía ser de otra forma, aquella foto con dedicatoria. Miraban los demás con envidia. El la guardaba con orgullo de hijo predilecto, de amigo por encima de otros, de cercanía con aquel gran hombre que le elegía para escribirle una dedicatoria. Pensaba que se lo había ganado todo a pulso. Estaba en la ejecutiva del Partido Popular por méritos propios. Pago a lo mejor por su defensa a ultranza, contra toda evidencia, de la implicación de ETA en el 11-M. Había defendido la mentira de Aznar y de Acebes con todas sus energías. Había intentado poner contra las cuerdas a los siguientes ministros de interior. Había escoltado a su jefe cuando defendió ante la comisión que los terroristas no andaban por desiertos lejanos. Había implicado a un Presidente democráticamente elegido en la comisión de Atocha. De verdad se había ganado el orgullo de la foto y la dedicatoria. Y la llevaba en el tríptico de piel y plástico, junto a su mujer y sus hijos. Amor repartido entre la intimidad y la patria.

Cuatro años con la foto. “Asunto rancio”, decía Arístegui. Pasado perseguidor e inaguantable para Rajoy. A él mismo, Jaime Ignacio del Burgo, le pesaba aquel lastre. Lo notó en la manifestación de Pamplona. Mariano invadiendo UPN. Esperanza, omnipresente, invadiendo UPN. Acebes, invadiendo UPN. Recordó entre banderas españolas, “jarchas” tardíamente apropiadas y defensas preventivas de Navarra, que el Partido Popular se estaba apropiando de un electorado que le pertenecía. Y lo decidió mientras sonreía a parte de su ejecutiva de Génova.

Fue un error la foto de las Azores. Nunca debió Aznar enmarcar a todo un pueblo que gritaba contra la guerra en aquella intantánea macabra para dedicársela a su mujer o a su amigo Jaime Ignacio. España no debía haber prestado la sonrisa al emperador Buhs ni al travestido Blair. Y desde luego hay que hacer autocrítica. José María Aznar nunca consultó con el comité ejecutivo de su partido. Fue una decisión exclusivamente personal. Colmó así su ego pero vació de contenido la democracia y la dignidad de un pueblo. El, Jaime Ignacio, aplaudió en el Congreso de los Diputados. Sintió como propia la emoción de las primeras bombas asesinas. Ahora, después de 650.000 muertos, rompió la foto y la tiró a un contenedor no-reciclable. No fue valor, ni arrepentimiento, ni dolor por tanta sangre. Fue tal vez despecho por la invasión de Pamplona.

Y de repente, Acebes: “Del Burgo no pertenece al Partido Popular” A lo mejor Jaime Ignacio también se desdice de su convicción conspiratoria y desmonta la trama infame urdida por Acebes en el 11-M. Y revela que necesitaron mentir por obscuros planteamientos. Y que dieron órdenes muy concretas a las embajadas, y que suplicaron a los directores de periódicos, y que pretendieron que la ONU… Y entonces Aznar y Acebes y Rajoy y Zaplana deberían exiliarse de la política porque les falta la más mínima dignidad para estar en un parlamento donde la paz es una meta de honrados, de manos tendidas, de diálogos entreabiertos.

Mientras escribo este artículo todos los grupos políticos se están manifestando ante las puertas del Congreso contra la guerra de Irak. Todos, menos el Partido Popular. Su presidente “efectivo”, José María Aznar está en Australia disfrutando de la fórmula uno. D. Mariano está ocupándose del futuro. D. Angel ejerciendo de exterminador. D. Eduardo tiene sesión de rayos uva.

¿Dónde está Jaime Ignacio del Burgo? A lo mejor recogiendo los trocitos de una foto gloriosa para lucirla de nuevo en el tríptico de piel y plástico, conforme se abre a la derecha.

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