miércoles, 13 de agosto de 2008

EL RINCON DE LA HISTORIA

El siglo XX quedará marcado para la historia como un siglo transformador. El mundo cambió más durante esos cien años que en grandes períodos de tiempo anterior. Es verdad. Pero quedará también marcado por dos guerras mundiales, la guerra del Vietnam, guerras olvidadas pero existentes en Africa, guerras fratricidas como la española. Y como consecuencia de todas ellas millones de seres humanos perdieron la vida, millones tuvieron que emigrar de sus países, con el desarraigo que ello significa y con el trauma de tener que recomenzar la vida en tierras extrañas. Gran parte de ese siglo la vivimos como guerra fría, al borde siempre de la contienda, en el filo de un equilibrio siempre acechante, en busca del momento oportuno para sorprender al otro y lanzarse sobre él.

Parece que hay una evolución de la sensibilidad humana tendente a desterrar este concepto bélico del quehacer político. Las calles se llenan de voces que claman por la paz y contra las guerras cada vez que una potencia y sus acólitos tienen la tentación de invadir otro país “ara implantar la democracia”, para “librarlo de una dictadura” o para apropiarse de sus bienes, digámoslo claramente, que es la razón subyacente pero más real de todas.

Y en estas estamos cuando aparece el profesor Fanjul y llega a la conclusión que desde Carlos III el estado español ha caído en picado y es evidente su disolución “Desde la muerte de Carlos III España no ha hecho sino caer en picado, en una larga agonía de imperio en disolución”

Esta constatación lleva a Fanjul a proclamar la justificación de la decisión de Aznar de entrar de la mano de Buhs en la guerra de Irak. “Aznar estimó que ya era hora -sirviéndose de la fortaleza económica, también obra suya- de parar la caída y empezar a reclamar el puesto que nos corresponde”. Algo que, según sus palabras, es “incomprensible” para los “vividores que disfrazan de pacifismo su inhibición y buena siesta”. Deberíamos ser conscientes los españoles que nuestra resurrección como pueblo es obra exclusiva de José María Aznar y de la inmersión en una guerra. Estamos, gracias a él, de pie sobre los muertos y eso nos ha devuelto un papel decisivo. La guerra encumbra a unos a costa de otros. Gran visión antropológica.

Piensan algunos que Aznar debería ser juzgado por un tribunal internacional por esta decisión tomada unilateralmente, en solitario (lo afirma Jaime Ignacio del Burgo) y contra la opinión del pueblo español en su gran mayoría. Ante esta situación, Fanjul entiende las causas de este deseo: No es más que la necesidad de “distraer la atención de nuestro principal problema del momento (la rendición ante la ETA)”, el afán de el“reducir el impacto electoral que entre los españoles están teniendo los besuqueos con los terroristas”, y el ansia de “criminalizar personalmente” a Aznar, “la figura con más arrastre popular de su partido”, según el catedrático.

En 1.975 España se incorporó de nuevo al mundo después de permanecer en su extrarradio por un golpe de estado que nos impuso una feroz dictadura que duró cuarenta años. Incorporada, vía democracia, a la Unión Europea, es impensable y repugnante que alguien pretenda sacarnos de esa oscuridad que palpa el señor Fanjul metiéndonos en una guerra. No nos hace más grandes la colaboración en la destrucción de un pueblo, el derramamiento de sangre, la aniquilación de una sociedad, el empujón a una guerra civil y religiosa y la expropiación de sus bienes de producción. ¿Somos, señor Fanjul, una nación más rica, más soberana, más expansiva intelectualmente ahora que antes de participar en esa guerra? ¿Nos hemos arrugado, empequeñecido, empobrecido por el hecho de retirar nuestras tropas? Un pueblo es digno cuando lucha por su libertad, su pluralidad, cuando se empeña en la libertad de los demás, confraterniza con ellos y les ayuda solidariamente en el caminar histórico que les corresponde.

¿En manos de quién está nuestra juventud universitaria? ¿Bebiendo de algún catedrático belicista que necesita las bombas de racimo para sentirse crecido ante la historia? ¿Son estos dráculas miserables los llamados a influir en la opinión pública española? ¿No consiste en esto el enaltecimiento del terrorismo? ¿No se reclama para otros, y con razón, que sean juzgados por ese enaltecimiento?

No hay, no puede haber, terroristas buenos y malos. Yo pido que todos, absolutamente todos, sean llevados a los tribunales.

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