miércoles, 13 de agosto de 2008

ANA PRESIDENTA

Usted, señora, ciertamente recuerda aquel día. Del brazo de su marido, Presidente Aznar, Napoleón venial y enamorado, avanzaba por los jardines de la Moncloa, con el Palacio al alcance de la mano. Color claro el vestido. De gris, él. Casi de rodillas la arboleda. Como si los rosales fueran alféreces provisionales. Usted, señora, entrando triunfante. Sonriendo a las cámaras, subyugando la luz de la mañana, convirtiendo en súbdito el orgullo de los cedros.

Supimos después por su boca que el Palacio era inhóspito. Que no se adecuaba su humildad a tanta alfombra persa, a tanto jarrón chino, a los cortinajes barrocos que desdecían de su natural sencillez. Pero su capacidad de sufrimiento por la patria la llevó a acostumbrarse a todas las dificultades y consiguió adaptarse a todas las incomodidades. Hasta el punto que ahora su marido afirma que si usted, señora, llegara a la presidencia del gobierno, sería una gran presidenta. Me imagino entonces al señor Aznar de gris, siempre de gris como el interior de su alma neocon, emperador venido a menos, buhs minúsculo y devaluado, apoyado en su brazo, caminando en segundas nupcias hacia una palacio para él inasequible, por usted reconquistado. Se cumpliría la igualdad entre uno y otro género, aunque el Partido Popular se ha abstenido en la votación de una Ley que debería llenar de gozo a todos los españoles. Pero el Partido Popular no está hecho para el gozo y la compañía. Es más bien un gran sufridor solitario contra el mundo. Parece siempre recién salido de una guerra, dolorido, sangrante, gritando sus convicciones preventivas contra todo y contra todos. Ser consciente de la univocidad de la propia razón, del dogma poseído y no compartido por los demás, suena a existencia lacerante y heroica. Y así será en adelante el camino hacia un Palacio inhóspito, ventanales de cretona, tresillos donde se hunden incómodamente los cuerpos, cortinajes anticuados, no acordes con una mujer moderna como usted, capaz de incorporar a su presidencia las manzanas y las peras de la homosexualidad, de compartir catalán en la intimidad y de consensuar si es necesario con el mismo Iniestrillas por el bien, siempre por el bien, de una España siempre balcanizada, a punto de disgregación, de rojerío e islamismo sin Macarenas y Trianas

Cuidado, señora. Le vienen pisando los talones. No Rajoy, no. Este se limita a ser un presidente en el exilio. Ni siquiera ha llegado a líder. Costalero permanente de José María, es un simple precursor de las presidencia de otros. Tampoco Acebes ni Zaplana. Acebes tiene mucha atocha en los talones y Zaplana, moreno de verde luna, mucho ladrillo alimonado. Pero cuidado, señora, que todavía hay Esperanza. Empuja en las manifestaciones. Es capaz de llamar traidor continuamente a Zapatero. Tiene una televisión debajo del brazo y necesidad de aumentar el sueldo para llegar a fin de mes. Es mejor pedir que robar, va diciendo por el metro de Madrid y canta por los rincones de su alma montañas nevadas. Cuánto chotis por sus adentros, cuanto madrileñismo acogedor, cuanto amor hacia Rouco y la Almudena y el Cristo de Medinaceli. Cuidado, señora, que hay mucho tamayo y mucha administrativa sanitaria entre las arizonas de la Moncloa y a lo mejor Esperanza le arrebata la presidencia cuando usted pretenda entrar pasando revista a los cedros de palacio.

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