miércoles, 13 de agosto de 2008

ALCARAZ, TRAFICANTE DE PENAS

¿Se pierde la cuenta? No. Tal vez es que los muertos no pueden reducirse a pura matemática. El dolor no es estadística. La muerte enfrenta al hombre con su propio abismo y el dolor es sólo dolor sin más aditivos. Dos ecuatorianos hoy. Trabajadores. Sueldo para la mama invidente, para hermanos pobres, en la lejanía, en la cintura de la tierra. Un guardia civil ayer. Tricornio fusilado. Charol sobre el marrón de un féretro. Concejal con el pan recién comprado. Comida huérfana porque a papá le han ametrallado las espigas en la mano. Mujeres sin hombres tras la celosía negra de la noche. Niños enlutados de primera comunión. Cien. Quinientos. Ochocientos muertos. Empujados al vértigo. Nucas sorprendidas. Vientres alumbrando una explosión cósmica. Niña amputada. Ordóñez destruido. Miguel Angel sin besos de novia. Tomás y Valiente aupado en manos blancas. Cien. Quinientos. Ochocientos. No importan los números. Importaban los proyectos vitales. Las esperanzas configuradas. El futuro para siempre imperfecto. Y las viudas. Y los huérfanos. Con nombres y fotos en las carteras como tumbas diminutas de cariño.

Cuánto pesan los muertos. Cómo siguen doliendo en carne viva. Cuántas rosas escoltando las aceras. Cuántas placas oxidadas de recuerdos. Los muertos. Nuestros muertos. Los de todos. Que nadie se los apropie. Que nadie venda sus trocitos como si fueran astillas de la cruz del nazareno. La muerte es unitaria y unificadora. No puede fraccionarse para comerciarla en los mercadillos de Alcaraz. ¿Quién es Alcaraz? Un tendero que pregona lágrimas baratas, dolor de rebajas para ganarle un tanto por ciento. Un usurero de la pena que negocia con las flores de las tumbas. Un proveedor de votos sacrílegos pero útiles para líderes que olvidaron la conciencia.

Alguna vez hay que decirlo. Alguien tiene que decirlo: Alcaraz es un impostor. Un actor de carnaval con una calavera para asustar a los que van besándose con la inocencia. Un saltimbanqui circense que hace contener la respiración. Un profanador de tumbas por encargo. Un fabricante de lutos hipócritas.

No es defensa de las víctimas lo que hace el Sr. Alcaraz. No es reivindicación de cariño, de justicia, de respeto a nuestros muertos. Alcaraz usufructúa el cinismo en carne viva. Se ha apropiado el dolor de los otros y lo va destilando en dosis suavemente letales, practicando eutanasias alienantes.

Alguna vez hay que decirlo. Alguien tiene que decirlo. Hay que colocar a este hombre frente a sus propias mentiras. Desposeerlo del poder de calumniar. Desnudar su indecencia por si es capaz de sentir un rubor. Debe devolver el dolor robado, la muerte robada a sus propietarios primitivos. Debe hacerse justicia contra todos los que han malversado el dolor de los españoles y lo han invertido en urnas electorales.

Que no encuentre este desertor de la decencia quien le apoye en la tarea de hacer saltar la sangre de nuestros muertos. Desheredo a Alcaraz de la ración de pena que me toca.

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